[...] Pensé en Don Quijote, quien en su género es un loco, un desplazado que se obstina en llevar sin remordimientos una existencia –soñada, por otra parte– que ocurre en otro tiempo, otro país, en una cultura diferente. Como él, Ghost Dog se mueve en un mundo que no se percata de su paso, que no respeta para nada sus creencias. Lo atraviesa bajo una forma casi invisible, discreta; siguiendo los preceptos de un libro que condiciona su vida. Es obsoleto, en un sentido, resueltamente caballeresco aun cuando nadie atiende a su obsesión. Más generalmente, el film se extiende en distintos niveles. Hay estratos, un entramado de referencias. Los dibujos animados que se ven en televisión, en ciertos instantes, en la casa de la joven, reflexionan sobre lo que se desarrolla en otro lado. Remiten a otras escenas, otros instantes del relato. En el uso común que se hace de ellos en el cine norteamericano, vienen a explicar, de modo farsesco, una acción que ya ha tenido lugar; entregan claves, matan el misterio. Aquí, en cambio, he querido que precedan a aquélla, casi vagamente, como una repetición, una pista, una proposición paralela a lo que va a desarrollarse de inmediato. Ghost Dog está hecho de relámpagos, de momentos independientes, volátiles, cuya unión le queda por hacer al espectador. Quería crear una materia blanda, es decir maleable, algo que no se parezca a un simple juego de señales. O bien, a un juego de señales sin destinos, que respondiese a una lógica de sensaciones, de desvíos, de deslizamientos entre los géneros, las imágenes, los relatos, los cuerpos. A veces las citas del libro anuncian la escena que vendrá, pero la mayor parte del tiempo no es éste el caso, y la visión del film se vuelve entonces oblicua... Me gusta que las obras permanezcan, que me sigan un buen trecho más allá del instante en que las he visto, que crezcan a partir de algo muy pequeño.
Ghost Dog no tiene otra guía que el libro, se considera un guerrero, un guerrero solitario. Por lo tanto, elige su propia galaxia de signos, que confronta con los de los otros: el azul de la banda en el parque, color de los Crips, los ritos de la familia mafiosa, todo tipo de estructuras comunitarias de las que no participa. Lo que no impide que el film tienda hacia una forma de armonía entre un cuerpo y su entorno, armonía que encuentra su raíz en la idea de disponibilidad, en el mundo, respecto de las líneas trazadas por otros. Los mafiosos se enfrentan a un problema similar al suyo: deambulan con ropas un poco pasadas de moda, parados en una esquina, hablan una lengua ya antigua. A su alrededor, todo se hunde. En los EE UU, el mundo de las finanzas, así como el del cine, les han sustraído sus métodos, su estilo, sus posturas, como si les hubieran robado un secreto. Los han vuelto comunes, banales, han puesto bajo una luz vulgar una perspectiva del mundo que fue subterránea en otros tiempos. Ghost Dog, de todos modos, llega a aceptar este deslizamiento del sentido, su inadaptación fundamental en la sociedad. Lo que tiene que ver, evidentemente, con una marcha melancólica, como si debiera preparase para la muerte, conservar cueste lo que cueste su moral en un universo hostil, donde todo lo remite a su propio fin, donde las imágenes traicionan los secretos, donde las ficciones que se desarrollan le dejan apenas un lugar minoritario. No se trata entonces de una cuestión mística o espiritual, sino más bien moral y estética, en el sentido en que Ghost Dog, y según espero, el film con él, transforma las ideas, las sensaciones, los mitos del universo que se le presenta, adosándole los suyos. Es un tipo riguroso y astuto.
Ghost Dog tiene el poder de la invisibilidad, de la desterritorialización, de los desplazamientos desconocidos. Puede habitar una escena –un tiroteo–, un género –el film de gangsters, y no pervertirlos, sino deshacer sus lazos, desnudar sus formas y sus sistemas. Y esto de manera eficaz, sutil, en un mundo densificado, donde la mayoría de los personajes lamentan su esplendor pasado o soñado, y se entierran ya un poco. El, en cambio, si se entierra es para ocultarse, y saltar como un predador... Es por eso que el film no produce para nada efectos de causalidad, sino correspondencias de ritmos, de colores, de trayectorias. Estudia el efecto de un cuerpo extraño sobre una estructura que ya hace mucho ha dejado de estar preparada para recibirlo (...) Navega, camina sobre un colchón de aire. Su tiempo de reacción es superior al de todos los demás. No llega de ningún lado, tanto en la acción como en el relato.
El film está atravesado por la idea de transmisión de los conocimientos, de una cierta sabiduría. Pero ésta es extensible, a partir de las relaciones entre los personajes, a la experiencia del espectador, colocado ante la obra que ve y juzga como si participara de un circuito. Puede unir sus ideas con las que acaba de recibir, comunicarse con las imágenes a través de la banda de sonido, retirar algunas, ampliar otras. No se trata de algo así como un don: el cineasta –o el personaje Ghost Dog– no ofrece un saber, sino proposiciones, visiones que deben ser conectadas con otras, con algo personal. Mis films no son otra cosa que proposiciones, contienen la posibilidad del intercambio. Es una idea simple e ingenua, pero al menos, de esta manera, las cosas circulan, lo que es bastante raro.
Jim Jarmusch
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