martes, 15 de febrero de 2011

La noche del cazador



La primera y más evidente filiación de La noche del cazador reside en los fairy tales o cuentos para niños. Éstos nos hablan de historias vividas a la intemperie, lejos del hogar paterno, en permanente tránsito, que se desarrollan en un lugar hostil con tantos obstáculos como recursos inventivos para superarlos. David Grubb y Charles Laughton plantean una aventura iniciática de espíritu fabulístico deudora de la tradición oral recuperada por los folcloristas del siglo XIX y de la tradición escrita tan proclive en el espíritu protestante nórdico y anglosajón (Perrault, Andersen, Grimm…). Si los primeros planos oníricos nos muestran el rostro de Lilian Gish enmarcado de estrellas citando varios pasajes de la Biblia a unos niños, pronto la luz del día introducirá brutalmente lo real, y veremos que, lejos de estar ante un cuento maravilloso convencional, lo que se nos presenta es un verdadero tale of terror donde lo imaginario se cruza con lo real, cruce en el que comparece no la magia sino la inquietud, la angustia, ese delirio que Freud embarcaría en la idea de lo siniestro (unheimlich). Esta particularidad ya la comentamos con anterioridad a propósito del carácter híbrido del film. La opinión de Mircea Eliade es que los cuentos de hadas expresan antiguos rituales de paso a la adolescencia; de ahí la dolorosa vivencia de pérdida y la evidencia de los deseos, los odios o los afectos, incluso de la más extrema crueldad. Podemos estar seguros de que el cuento de hadas representa la proyección de miles de generaciones en torno a los más variados conflictos psicológicos humanos. Los conflictos con los progenitores y el deseo de permanecer ligado a ellos son dos aspectos que aparecen en el film, ya que hay una distancia irreversible entre los niños y la madre cuando ésta aún está viva. Por otro lado, Bruno Bettelheim sostiene que “al hacer referencia a los problemas humanos universales, especialmente aquellos que preocupan a la mente del niño, los cuentos de hadas hablan a su pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo.”




En buena parte, La noche del cazador consiste en la confrontación entre Harry Powell – el cazador – y el pequeño John – la presa-. No es exagerado afirmar que John es el auténtico protagonista de la narración, el verdadero héroe infantil que, en medio de un drama familiar de naturaleza edípica edificado sobre la ausencia de la figura paterna, sufre el proceso de maduración mientras es perseguido por el reverso del padre idealizado, la figura del “hombre del saco”. De esta manera, el cuento nocturno de Laughton plantea un problema al protagonista - y al niño espectador que podría identificarse con él – que estimula su imaginación y su inteligencia, le ayuda a superar sus ataduras emocionales – a los padres ausentes con los que no mantenía una gratificante relación – y le obliga a reconocer sus dificultades sugiriéndole las soluciones. Esta conclusión se encuentra muy próxima a las consideraciones de Campbell, el cual afirma que la fase de “la llamada a la aventura” marca lo que puede llamarse “el despertar del yo”, que a menudo representa en los cuentos el advenimiento de la adolescencia, momento en que el horizonte de la vida familiar se ha sobrepasado, los viejos conceptos, ideales y patrones emocionales han dejado de ser útiles y hay que “cruzar el umbral”. Así, el rito de iniciación experimentado por John ha consistido en un ejercicio de separación formal y severa, en el que su mente ha cortado de forma radical con las actitudes y normas de vida del estado que ha dejado atrás, la infancia.

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Fragmento de "La noche del cazador",
trabajo final para la asignatura Els Arguments Universals, impartida por Xavier Pérez en la UPF.
Junio 2009.

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