jueves, 13 de octubre de 2011

Pantallas

(contiene algún pequeño spoiler)

Ayer, volviendo a casa tras ver Extraterrestre de Nacho Vigalondo en el festival de Sitges, me acordé del(los) día(s) en que conocí a mi pareja. No sé porqué, me vinieron a la mente las primeras fotografías que vi de él, imágenes digitales retocadas con fuertes claroscuros y contraluces, en las que o bien se encuadraba sólo la mitad del rostro o bien se dejaba en penumbra la otra mitad. Todas estas fotografías las miraba varias veces cada día en la pantalla de mi ordenador, que era la única superfície que por entonces podía sugerirme como era esa persona con la que había empezado a intercambiar correos electrónicos con frecuencia.

Deleuze, en sus estudios sobre cine, elaboró una taxonomía que distinguía entre imagen-movimiento (la propia del cine clásico) e imagen-tiempo (nacida con la modernidad). Pero cuando Almodóvar nos enseña a Antonio Banderas observando a Elena Anaya y Nacho Vigalondo muestra a Julián Villagrán mirando a Michelle Jenner en las pantallas de sus televisores, esas categorías quedan algo obsoletas. Quizá debamos usar entonces el término propuesto por Josep Mª Català, la imagen-compleja, que es, en mi opinión, la imagen al cuadrado, la imagen como una matrioska que encierra en sí misma otras imágenes, que remite a otras imágenes, que se construye a base de capas, que funciona como hipertexto.


La piel que habito. Pedro Almodóvar.


Extraterrestre. Nacho Vigalondo.

Como hoy me he despertado con actitud chulesca me atrevo a hacer una afirmación un tanto arriesgada: Auguro la muerte del objeto en el melodrama. Esas cartas que actuaban como sustitutivo simbólico, esas fotografías que en tantas y tantas películas eran un trasunto del amante, un objeto transaccional y paliativo, van a desaparecer. Y en su lugar sólo quedará una(otra) pantalla.

Ahora más de uno podrá pronunciar su discurso apocalíptico en contra de la multiplicación de pantallas. De acuerdo, a mí también me fastidia que mi amiga mire la blackberry y no mi cara cuando quedamos para tomar un café, pero no estoy hablando de eso. 

La relación con el otro pasa hoy inevitablemente por la pantalla. Cuando Julio, en Extraterrestre, hace zoom con su handycam hasta ver a Julia en el salón, se lamenta porque no es más que un objeto de deseo inalcanzable, aunque duerma en la habitación de al lado. Robert, en cambio, en La piel que habito, observa a Vera con la (falsa) convicción de que ella está bajo su exclusivo control. Susan Sontag dice en su libro "Sobre la fotografía" que la fotografía es, entre otras cosas, una defensa contra la ansiedad. Y qué mejor remedio, qué mayor comodidad que mirar a distancia, escrutar los detalles, ritualizar la espera, estirar del hilo que nos (des)une al otro hasta convertirlo en una pseudo-presencia. 

Porque no nos engañemos, nunca poseeremos del todo al otro.


Arrebato. Iván Zulueta. 


Probablemente hoy Eusebio Poncela no se quedaría arrebatado mirando un cromo de infancia, sino una pantalla. La del ordenador, la de la sala de cine, la del móvil. Pero nuestra relación con el referente no se ha deteriorado, sólo han aumentado las vías de acceso, los nexos, las posibilidades. Y en mi opinión, la imagen sigue conservando su aura, pese a las preocupaciones de Benjamin.

El fotograma rojo sigue estando ahí, y la pausa es, a mi entender, más prolongada que nunca. El resto, sólo caprichos de la postmodernidad.

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