jueves, 18 de julio de 2013

Mia & Rosemary


En Junio de 1966, en vuelo a Nueva York, Sinatra sella su compromiso regalándole a Mia un anillo. Lo ha comprado en Ruser's, la joyería más chic de Beverly Hills, tiene un diamante de nueve quilates y le ha costado la bicoca de ochenta y cinco mil dólares. A finales de ese mismo mes, en el transcurso de una cena ofrecida por Edith Goetz, la pareja anuncia su matrimonio, no sin antes pedirle a los asistentes que lo mantengan en secreto. “Ahora sé para qué he nacido” dice Mia. Sinatra ha desoído los consejos que, a instancias suyas, le diera su íntimo amigo Brad Dexter acerca de que, tal vez, todo lo que sentía por una Mia demasiado joven para él era una especie de afecto paternal. El comentario de Frank es: “No lo sé, puede que sólo duremos un par de años. Ella es tan joven... pero hemos de intentarlo.” 

La mañana del 29 de Julio Frank envió a sus guardaespaldas a buscar a Mia a su casa de Brentwood. El mismo día, a las tres y media de la tarde, el avión privado de Sinatra llega a Las Vegas; una hora y veinte minutos más tarde la actriz hace lo propio en un jet alquilado. La pareja se reúne en el Sands Hotel. Ella se hace cortar el cabello por el peluquero personal de Frank y se pone un hermoso vestido blanco (su color preferido en ese entonces). Minutos antes de la ceremonia, Sinatra llama aparte a su secretario George Jacobs y le pide que informe a Ava Gardner del paso que está por dar; no quiere que se entere por los periódicos. Instantes después, la pareja entra en la suite de Entratter y ante la sola presencia del juez William Compton y los Goetz, que ofician de testigos, se casan. La ceremonia dura cuatro minutos, después de los cuales el matrimonio más famoso de América corta el pastel de boda y brinda con champán ante treinta y siete reporteros gráficos y diecisiete cámaras de televisión. Las cadenas informativas de todo el país irrumpen sus programas para dar la noticia. A las seis de la tarde, Mia y Frank parten rumbo a Palm Springs. 

En Bel Air, Frank adquiere por trescientos cincuenta mil dólares de entonces una mansión estilo Tudor que había pertenecido a la famosa cantante y actriz Anita Louise. Mia se dedica con entusiasmo a decorar la vivienda con los colores preferidos de su esposo (amarillo, anaranjado y blanco), e incluso diseña personalmente gran parte del mobiliario. En realidad, la vida de la joven actriz se parece bastante a la de Susan, la esposa de Charles Foster Kane, en su refugio de Xanadú. Frank le compra un Ford Thunderbird amarillo como su pelo. Rodeada de guardias de seguridad, la pareja arma puzzles y resuelve crucigramas mientras cena los espaguetis preparados por ella. Da largas caminatas por los terrenos de la propiedad, se retira a su dormitorio a las diez en punto (aun cuando Sinatra sufre de un pertinaz insomnio) y se quedan viendo películas en la televisión hasta tarde. En palabras de la actriz a Nancy Sinatra (recogidas por ésta en su autobiografía), ama la sonrisa de su marido (a quien llama "Charlie", porque cuando sonríe le recuerda a Charlie Brown, el personaje de Schulz), su dulzura, su talento para crear un mundo maravilloso que los contenga a ambos. Incluso habla con ciertos amigos de tener un hijo con Frank y de adoptar un niño vietnamita.

Pero Sinatra sigue siendo, ante todo, un profesional perfectamente consciente de que su imagen y su voz son un producto que exige todo su tiempo y energías. Como Mia confesaría años más tarde: “Había mucho amor entre nosotros, pero nos faltaba compenetración en la vida cotidiana y en los temas más importantes.” La actriz no sólo comienza a sentirse incómoda porque no puede aceptar (y comprender) los alejamientos de su esposo, sino porque el precio por ser la mujer de un ídolo es demasiado alto: la fama de Mr. Ojos Azules le ha estallado en la cara y se da cuenta de que sólo supone soledad y una falsa seguridad. “Estamos a salvo, tengo mi revólver”, dice Frank, pero hay mucha gente que no parece aceptar la esposa que el artista ha elegido para compartir su gloria. En una ocasión Mia llegó a recibir un pastel envenenado con arsénico enviado por una supuesta admiradora anónima. Además, se siente aislada en un mundo de fronteras infranqueables habitado por gente mayor que ella, rodeada de guardaespaldas. Por mucho que Vernon Scott escribiera en el Ladie's Home Journal que Mia Farrow Sinatra lleva la vida más maravillosa que haya podido llevar una muchacha de su edad”, ella comienza a comprender que lo suyo no es servir de “reposo del guerrero”. 


Sinatra reside durante un tiempo en el Hotel Fontainebleau, de Miami, donde está rodando, en compañía de Jill St.John (con quien, según Edward Epstein, tendría un romance del que Mia no se enteró) su película Tony Rome. No son buenos tiempos para él. Su ansiado proyecto de comenzar una nueva vida alejada del cotilleo de la prensa y la curiosidad del público se ve frustrado cuando un jurado de acusación lo llama a Las Vegas a declarar en relación con su amistad con Sam Giancana, el mafioso anteriormente citado. A pesar de todos sus intentos por no presentarse, debe hacerlo. Se suceden también diversos altercados entre los miembros de su custodia y periodistas gráficos. A ello, sin duda, debe sumarse el que su esposa se encuentre tan lejos, algo que no entraba en sus cálculos cuando contrajo matrimonio. Mia decide viajar a Miami, y aun cuando asegura a sus amigos que entre ella y Frank “todo es maravilloso”, los rumores sobre una crisis de pareja se disparan. Sinatra la quiere junto a él. No juega al golf, no lee; su única afición, su única terapia, es el trabajo.

Pero el hecho es que la carrera de Mia parece ya incotenible. En Agosto de 1967 firma para la Paramount un contrato para filmar La semilla del diablo, y es llamada para representar el principal papel femenino (por el que Jane Wyman ganara un Oscar en 1948) en la remake televisiva de Johny Belinda. En un principio, el productor del proyecto, David Susskind, se muestra remiso a hacerse con sus servicios, entre otras cosas porque el hecho de ser "Mrs. Frank Sinatra" podía resultar perjudicial para el personaje. Sin embargo, termina por aceptarla y queda más que satisfecho con su profesionalidad. Una mañana, Mia no asiste a la filmación. Ha sido hospitalizada, y aunque la productora baraja la posibilidad de buscar reemplazante, finalmente decide no hacerlo. A los pocos días la actriz regresa al plató. De acuerdo a los testimonios de Susskind (que tiempo después Mia se encargó de desmentir), su cuerpo estaba cubierto de cardenales. Sinatra era bien conocido por sus ataques de violencia y, después de su turbulento matrimonio con Ava Gardner, manifestaba a todo el que quisiera oírlo que deseaba tener una esposa que se quedara en casa. Según el diseñador de producción Richard Sylbert, “de pronto su nueva esposa no sólo no se quedaba en casa, sino que iba a protagonizar la película más comentada del año”. 

En Octubre de 1967 Mia comienza la filmación de una de las cintas más famosas de la época, La semilla del diablo. La aceptación del papel de Rosemary supuso la ruptura de la pareja: “Este trabajo significó mucho para mí - dijo la Farrow años después -, tanto en mi vida privada como profesional”. En palabras del mismo Sylbert, citadas por Sam Rubin, se trató, definitivamente, de una decisión tomada muy claramente por la actriz. “Haz esta película y nuestro matrimonio habrá acabado”, la amenazó Sinatra, pero ella no se arredró. La Paramount había comprado los derechos de la famosísima novela de Ira Levin por ciento cincuenta mil dólares, y el proyecto fue puesto en manos de Roman Polanski, en aquellos tiempos director de moda, por el productor William Castle. El personaje de Rosemary exigía una actriz rubia y muy atractiva. En un principio Polanski pensó en Tuesday Weld, amiga de su esposa Sharon Tate, pero la Paramount la desechó por poco conocida. El ejecutivo Bob Evans sugirió entonces al realizador polaco el nombre de Mia Farrow. Este vio algunos capítulos de Peyton Place y decidió que el papel era perfecto para ella. 


La fama de La semilla del diablo se sustentó a posteriori, en el destino de la esposa de Polanski a manos de una banda de fanáticos liderados por Charles Manson en un asesinato ritual con claros ribetes satanistas, y al hecho de que fuese filmada en el edificio Dakota, donde años después John Lennon sería asesinado. Pero, a priori, la cuota de "morbo" se centraba, fundamentalmente, en el personaje principal del filme y su relación con Mia. El hecho de que ésta, que había sido criada a consciencia en la religión católica y en el seno de una familia numerosa, encarnara un personaje que concibe al Anticristo ya ofrecía de por sí suficiente carnaza a la prensa amarilla, pero a eso debían sumarse determinadas características de la vida privada de la actriz. En el filme, Rosemary, como Mia, vive rodeada de personas mayores y está a merced de un esposo (John Casavettes en la ficción) que sólo la desea para la consecución de sus planes personales. Sin embargo, y contrariamente a Mia, Rosemary es, según Sam Rubin, lo bastante inconsciente como para ser utilizada al tiempo que asiste a su horroroso destino como mero testigo. A pesar de que durante años La semilla del diablo sirvió para encasillar a la actriz como una persona débil, algo torpe e indefensa, en su vida real estaba demostrando que no lo era. 

Las presiones de Sinatra se multiplicaron. No sólo resultaba evidente para todos que seguía sometiéndola a apremios físicos, sino que exigía a los ejecutivos de la Paramount que acabasen la filmación cuanto antes para que su esposa pudiera comenzar a rodar con él su último proyecto, El detective, en el que la actriz había aceptado trabajar después de varias súplicas de La Voz. Pero Mia estaba decidida a terminar la película, aunque supusiera el fin de su matrimonio, o tal vez por eso mismo. (...) En diciembre recibe en el propio plató donde se está filmando La semilla del diablo los papeles del divorcio. Polanski la encuentra en su camerino llorando desesperadamente. La escena que debe rodar a continuación ha de ser repetida cuatro veces. Mia vuela de fiebre y acude al médico. No obstante, decide que su vida personal no debe interferir en la marcha de la filmación

La prensa recibió su interpretación como una de las mejores del año. Para el crítico del Hollywood Reporter la actriz se había adueñado por completo del personaje transformando “las unidimensionales situaciones de inocencia, dolor y horror en un logro absolutamente personal”. En el New York Times, Renata Adler escribió que “Mia Farrow está sencillamente maravillosa y es el motivo principal de que la audiencia permanezca durante más de dos horas inmóvil en sus butacas”. (...) Nuevamente Mia disfrutaba del éxito por derecho propio, al tiempo que demostraba que había madurado lo suficiente para no vacilar ante lo que había demostrado, con creces, era su verdadera vocación. 

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Extractos del libro "Mia Farrow"
 de Jonio González


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