jueves, 9 de septiembre de 2010

Jesus is waiting



En el estado de Virginia, conducir a más de 140 kilómetros por hora está considerado conducción temeraria, y la conducción temeraria sale más cara que el exceso de velocidad. Dicen que no hay escapatoria: tienes que comparecer ante un tribunal. Pero no es así. Llamé por teléfono el día en que me citaron a comparecer, dije que estaba enferma y un funcionario me indicó adónde tenía que mandar el cheque. Una multa más por conducción temeraria en Virginia y tendré que asistir a uno de esos cursillos de reeducación vial que te reintegran automáticamente tres puntos del carnet de conducir. ¿O quizá te lo quitan de la vida?

(…)

Nunca como en el sitio en que reposto gasolina. Me gusta hacer correr el cuentakilómetros. (…) Me lo tomo con más tranquilidad desde que di el patinazo en aquella carretera recubierta con una capa invisible de hielo. ¿Dónde estaban los famosos frenos antibloqueo? Iba conduciendo por debajo del límite de velocidad permitido en una recta cuando, de pronto, tengo un accidente, y la baca que se desprende. Ninguna lesión visible. Ni una torcedura. Pero tuve que quedarme allí varios días, a la espera de que me arreglasen el techo solar. Había un multicines y un restaurante mexicano en el que servían burritos con frijoles. Carolina del Norte, pero en absoluto Carolingia. El tipo que me vendió un mapa en la gasolinera Exxon de Greensboro me preguntó qué pensaba escuchar en los próximos 150 kilómetros. Antes de que dejara de hablar conmigo, el hombre al que había abandonado me grabó una cinta para el coche. El mismo tema se repetía una y otra vez en ambas caras: "Jesucristo te espera", por el reverendo Al Green.

(…)

Antes de ponerme en camino, un amigo mío se empeñó en que lo acompañara a unos grandes almacenes. Me dijo que lo hacía con la intención de que renovase la decoración de mi casa. "Quiero saber qué lees bajo esta lámpara". Ese tipo estaba muriéndose. Él lo sabía y yo no. Creo que estaba arropándome, asegurándose de que todas sus amistades tenían la lámpara adecuada, la almohada más cómoda, las sábanas más suaves. Estaba arropándonos a todos por la noche. En un motel de una carretera interestatal, la mujer que servía el desayuno me advirtió del impétigo. ¿Pero quién se contagia de impétigo en este siglo? Me dijo que tuviese cuidado con las aguas estancadas. O es posible que me dijera que tuviera cuidado de no estancarme en el agua, no sé. Que tuviera cuidado, en cualquier caso. Estaban pavimentando un carril de cambio de sentido, pero no me desagradaba el olor a alquitrán: escuchaba a Al Green. En una granja llena de curvas compré una bolsa de brillantes chiles rojos. ¿No serían beneficiosos para lo que sea que se supone que son beneficiosos?

(…)

En la víspera de un festivo, te imaginas que vas a alguna parte si estás en la carretera junto a mucha otra gente. Ir a alguna parte, de eso se trata.

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El campo: un abeto envuelto en una luz azulada en medio de un lago con cisnes. La ciudad: un letrero azul de neón anunciando teléfonos móviles, palomas que picotean migajas en la acera. ¿Alguien colocó soldaditos de juguete en el cemento fresco? Una pequeña brigada dobla marcialmente la esquina.

(…)

Las callosidades que tengo en las manos indican que le he echado horas a esto, lanzándome a la carretera temprano y a menudo, con apenas antelación, o incluso sin antelación alguna. Tengo siempre en el coche ropa, botellas de zumo, un bono para los puentes, los túneles y las carreteras de peaje; un surtido de mapas inútiles y la cinta que me grabó aquel tipo: "Jesucristo te espera".

(…)

Está claro: conducir te da energía. Sobre todo, es algo que tiene que ver con el sonido del coche, con la conducción misma, con el sonido del o el silencio de la radio, con la eliminación de todo: sólo el cuerpo en movimiento dentro del vehículo, con esa sensación vertiginosa de ir de aquí para allá, con el hecho de no estar donde estabas, con Jesucristo te espera. Puedes considerarlo una meditación. Puedes considerarlo una pura charlatanería. ¿Qué otra manera hay de acercarse a Jesucristo si no es sin historia, sin razón, sin cortapisas? Y, mantenida a flote gracias a ese movimiento continuo que va alejándote de todo, la mente misma se convierte en viaje antes de que te detengas en cualquier sitio. ¿No estará Jesucristo esperándote allí?
¿Es uno de los síntomas la pérdida de la fe? ¿O la fe en la pérdida?

(…)

Regulo mi asiento para sentarme más derecha. Cojo un caramelo de menta de la guantera y le quito el envoltorio. Me veo en el retrovisor. Piso el acelerador y me fundo con los otros conductores que se dirigen a la ciudad en la que Jesucristo está esperando. O no.

*

AMY HEMPEL. Cuentos completos. "Jesucristo te espera". Fragmentos.

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