miércoles, 22 de diciembre de 2010

La Viena de fin de siglo (II)


A partir de 1909 Egon Schiele se fue desligando cada vez más del estilo de Klimt, basado en la claridad y la belleza de la línea, y desarrolló un dibujo cuya perfección reconoció sin dudarlo hasta su gran ídolo Klimt.


(…) Los dibujos de Klimt presentan un contorno más o menos cerrado, incluso cuando captan una determinada postura momentánea o la posición de una figura; la línea del contorno, fluida y suave, fija el cuerpo como un todo y los dibujos raras veces tienen el carácter de un esbozo. La línea de los dibujos de Schiele, por el contrario, parece frágil y forzada, a menudo es quebradiza, casi nunca recta o curva, se interrumpe y se acentúa o debilita según se acentúe un detalle, permaneciendo siempre tan segura y magistral que hasta los críticos más escépticos no pudieron dejar de reconocer la genialidad de los dibujos de Schiele.



(…) Antiacadémico por completo y radicalmente subjetivo, “inventa” ángulos visuales y perspectivas que desfiguran las figuras desde el punto de vista compositivo, mostrándolas contraídas y deformadas. El excentricismo, en el auténtico sentido de la palabra, de muchas acuarelas y dibujos a la aguada, no se debe tan sólo y en cada caso al sujeto; es decir, no sólo se debe a la simple exhibición del desnudo. Formalmente se basa también en el hecho de que Schiele suele descentrar levemente las figuras y sólo en raras ocasiones las dispone de frente con una vista completa. Las representa en las más diversas variaciones desde arriba o de perfil y, tan sólo a través de esos puntos de vista inesperados origina extrañas poses y movimientos extravagantes.




Esta advertencia sobre la posición un tanto extraña del artista revela algo sobre las intenciones de Schiele que, por otro lado, comparadas con Klimt, adoptan una forma más concreta. Los desnudos femeninos de Klimt sugieren al espectador una situación íntima en la cual las figuras se comportan tal como si en realidad estuvieran solas y nadie las observara. Relajadas por completo y en poses placenteras, parecen abandonarse a sus sueños y fantasías eróticas que en otros casos sólo inventan los deseos masculinos. Precisamente por ello el espectador se convierte en Voyeur: penetra en la esfera íntima de una persona, ve algo que no está dirigido a él y, no obstante, permanece como espectador secreto, lo que le permite ser lascivo sin ser reconocido. En el caso de Schiele, sin embargo, desnudos semejantes parecen poses que el artista ha compuesto conscientemente y subyugan su mirada. El ojo no es aquí el “órgano ideal del placer”, tal como lo calificó el poeta Peter Altenberg y como Klimt lo entonizó; más bien se convierte en un testigo responsable de poses forzadas que descubren radicalmente a la modelo y nos la ofrecen indefensa. Schiele encadena a su modelo – dicho de forma metafórica – en la mesa de operaciones de su laboratorio óptico y después examina el objeto, presentado a su mirada clínica, con su lápiz a modo de escalpelo. De ahí que la mayoría de desnudos no parezcan íntimos y abandonados a sí mismos, sino aislados y forzados. Contra un vouyerismo a la manera de Klimt aparece la falta de naturalidad en las poses, pero también la mirada de las modelos, que a menudo se dirige directamente al espectador.

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Reinhard Steiner.
Schiele.


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