martes, 21 de diciembre de 2010

La Viena de fin de siglo (I)


1900 es un punto de llegada y un punto de partida. En torno a esta fecha y a la Gran Guerra, los cambios que se producen son realmente sobrecogedores. En el arte, poco a poco, la idea de belleza va quedando desplazada por la de libertad; y una forma no ya de pintar o de esculpir, sino incluso de entender el arte – una manera refinada, culta y exquisita – toca a su fin.

(…) Los cuadros simbolistas nos permiten, a través del sentimiento, llegar a algo así como la inminencia de una revelación que nunca llega a producirse del todo, pero que sentimos en toda su plenitud. Así, el simbolismo se plantea la creación de imágenes que contradigan la realidad visible y que nos llevan a una realidad diferente y escondida que debe ser reconocida como imaginable e incluso como existente. La obra de arte simbolista tiene mucho de iniciación a un viaje interior y fantástico, lleno de imprecisiones pero de una intensa carga de sentimientos. Por eso resulta evidente que los simbolistas, si bien recurren abundantemente a la mitología como forma de cristalización de los grandes sentimientos y las grandes ideas, casi siempre será a deidades menores, cuanto más imprecisas mejor. (…) Además y con el simbolismo, la gran clave de ese fin de siglo fue el erotismo. Son años marcados por lo que Lily Litvak llama con acierto “una contaminación erótica”. La misma Viena de Gustav Klimt es la de Sigmund Freud y su idea del sexo como motor primario de todos los actos humanos. (…) Las propuestas estéticas pueden ser diferentes, incluso plantearse las unas contra las otras, pero todas mantienen en común ese entusiasmo, esta contaminación y este sabor de época claramente eróticos.


GUSTAV KLIMT. La muerte y la vida.


 GUSTAV KLIMT. El beso. (detalle)

(…) Este eros que inunda la vida, esta sexualidad que invade la creación de la mayoría de los artistas de final de siglo, es algo más que un juego divertido y provocador. El erotismo es una manera de estar en la vida y una concepción del mundo. Porque tampoco es casual que la gran aportación del simbolismo, su más memorable legado, sea el estereotipo de una nueva mujer, la que encarna la crueldad, la sensualidad perversa, el dominio del cuerpo sobre el espíritu. Es como si el mal tomara forma de mujer para reducir al hombre y arrancarlo de los caminos del bien y la razón: Salomé. Dalila, Eva, Circe, Cleopatra, las sirenas o esfinges…


TIZIANO. Danae. 1545-46.


REMBRANDT. Danae. 1636.


KLIMT. Danae. 1907.

Así, la mujer como seductora, como poseedora de una fuerza irresistible que nos lleva a otra percepción de la realidad y del pasado, la mujer simbolista, conecta con lo misterioso, con una voluptuosidad exquisita por su saturación de referencias culturales y que se abre a lo desconocido, a lo secreto. La mujer como un ser ambivalente, en el mundo de lo razonable, lo aceptado, pero también en el de lo misterioso y lo terrible; la mujer tan atractiva como distante; inescrutable, casi encerrada en sí misma, medio perdida en un más allá misterioso; la mujer entre el sadismo y la sensualidad, la atracción y la distancia, el amor y la indiferencia severa. (…) En la Viena de 1900, marcada por una estricta doble moral, quizá se acentúa la fascinación por los polos opuestos: lo saludable y lo morboso, lo racional y el misterio, la antigüedad y la asepsia de la línea recta, el cuto a la realidad y la atracción por lo onírico…

En este contexto, la obra de Klimt se entiende perfectamente, porque en sus obras siempre conviven dos maneras diferentes y excluyentes de acercarnos a la realidad. Así, a la abstracción decorativista de los mantos y ropajes plenos de color hay que oponer la sinceridad y la ternura de los sentimientos de los personajes retratados. Sus creaciones parecen insistir en ese juego entre la artifiosidad decorativa y sensual y una emoción que aún hoy conmueve. Esta tensión, esta incertidumbre que plantea en el espectador, el pequeño desasosiego de no tener ya un único lugar desde donde mirar, un solo punto de vista desde donde situarse ante la obra, sino que más bien se reclama de él una mirada estereoscópica, le confiere a la producción de Klimt un carácter especialmente moderno y muy ligado al simbolismo, en sintonía con esa idea de que lo que se mira no es todo lo que se ve.


GUSTAV KLIMT. Serpientes actuáticas II.

(…) las mujeres de Klimt parecen absolutamente absortas en sí mismas, fuera de la realidad y de cualquier cotidianidad, fuera también de toda historia que pudiera explicarnos su desnudez. Son desnudos, y punto. Mujeres desinhibidas sorprendidas en su intimidad. Klimt pone al espectador en un papel de voyeur a veces incómodo y siempre algo perturbador, porque la visión del sexo femenino, la irrupción en la intimidad indiferente de estas mujeres, el espectáculo de su sensual recogimiento, está desprovisto de toda referencia. Sólo - y tal vez por ello la perturbación es mayor – compite con ellas la extremada delicadeza de una composición siempre refinada y exquisita. No tienen estas figuras la agresividad de los desnudos de Picasso o Schiele, sino más bien la delicadeza y la frialdad de mirada de los de Ingres, a las que añade la sensualidad y el secreto escalofrío de un expresionismo atemperado.



(…) Son legendarias las historias sobre su taller, en el que, al parecer, siempre había mujeres desnudas, posaran o no para sus cuadros, e incluso se ha dicho y se ha escrito que Klimt necesitaba de esa compañía femenina para poder trabajar. Sí es cierto que reconoció, al menos, a cuatro hijos de sus modelos y que el clima que reinaba en su estudio era tan especial que, según cuenta la periodista y coleccionista Berta Zuckerkhandl, tras haberlo visitado en 1902, Rodin se inclinó sobre Klimt y le dijo: “Nunca había sentido nada parecido a lo que siento aquí. Vuestro fresco de Beethoven, tan trágico y tan feliz al mismo tiempo, vuestra grandiosa exposición, inolvidable, y ahora, este jardín, estas mujeres, esta música… Y alrededor de usted y en usted mismo, esta alegría feliz e inocente. ¿Qué puede ser?” Klimt volvió su bella cabeza de San Pedro y contestó con una sola palabra: “Austria”.

*

Pablo Jiménez Burillo
Mujeres. Klimt. 1862 – 1918.


No hay comentarios:

Publicar un comentario