Ha muerto uno de los profesores más ilustres que he tenido durante la carrera, Domènec Font. Ha muerto después de tres años luchando contra el cáncer, luchando de verdad. Hace dos semanas nos comunicaron que tendríamos un substituto de la asignatura de "Models de Posada en Escena", creada por él. Y es que a principios de este mes Domènec seguía llamando por teléfono a la universidad insistiendo en que volvería a dar clase en cuanto pudiera, ayudándose de un micrófono si fuera necesario.
Han pasado dos años desde la última clase, "Historia del Cine II", en primero de carrera. La certeza de que no volverá a enseñar me duele. En primero de carrera uno empieza a ver el cine de otra manera, se encuentra con imágenes en movimiento como si fuera la primera vez y éstas se convierten de repente en un misterio, algo que no es entendible del todo y que sin embargo atrae e hipnotiza. Domènec fue entonces una especie de mentor al que respetábamos. Tomábamos apuntes con frenesí, tratando de escribir cada una de sus frases, frases que en realidad no lográbamos comprender en su totalidad pero que ya entonces intuíamos como parte de un vasto y particular conocimiento. Un conocimiento peculiar, personal, porque si hay algo que no concebía Domènec era el ser neutral. Domènec era pasión, vísceras, arrebato. Y quizás lo que más aprecio de su persona fue la virtud de ligar esa vehemencia con una capacidad analítica y crítica asombrosa.
Hoy le hemos despedido viendo secuencias de una de sus (y mis) películas favoritas, La noche del Cazador. Puede que Domènec fuese también un "monstruo sagrado", expresión con la que describió a Charles Laughton en 1998. Font nos deja el legado de su pensamiento y personalidad a través de sus escritos, sus guiones y sus piezas audiovisuales. Y a nosotros, los de "la casa", nos quedan también restos de imágenes, recuerdos vagos de su rostro y de su voz que intentaremos conservar como partes de un animal en extinción.
Hasta siempre, Domènec.
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