lunes, 6 de junio de 2011

Decálogo Disney


Primero. Disney dibuja el mundo mediante el uso de la caricatura, que informa más y mejor de la realidad que la fotografía, como ya sabía Baudelaire. Las tres hadas buenas de La Bella Durmiente son como esas tías solteras encantadoras, caprichosas y algo raras que todos tenemos, pero más sencillas de entender. En rigor, sólo las hadas son satisfactoria y completamente inteligibles.

Segundo. El universo Disney es el de lo maravilloso restringido, según la tríada propuesta por Todorov que repasamos sumariamente. En el mundo de lo fantástico existe una indeterminación respecto a si lo que ocurre es explicable racionalmente o no (pongamos, algunos films de Jacques Tourner); el mundo de lo extraño es aparentemente maravilloso, pero está sostenido por causas racionales (así los casos del Padre Brown en los cuentos de Chesterton); el mundo de lo maravilloso se fundamenta en causas irracionales o sobrenaturales. Ahora bien, en el universo Disney se hiperracionalizan y controlan las leyes de lo sobrenatural, de modo que lo maravilloso se presenta regido por códigos facilmente reconocibles. Por ejemplo, en La Dama y el Vagabundo o en Los Aristogatos, los animales hablan entre sí, pero no se entienden con los hombres.



Tercero. Ideológicamente, los films de Disney homologan las leyes naturales con las leyes morales, de lo que se desprende un inapelable determinismo llamado a regir las conductas. Así, tanto en Bambi como en El Rey León se reproduce el ciclo natural de la vida, reconvertido en ambos casos en ciclo moral.

Cuarto. Estilísticamente, la claridad de argumentación de las películas de Disney se beneficia de la exageración, de la hipérbole, fuente de irresistible humorismo. ¿Recuerdan ustedes cuánto se le abre la boca al simpatiquísimo cangrejo en La sirenita?

Quinto. El cine de Disney explota sobre todo el recurso retórico de la personificación. El ejemplo más obvio son sus animales. En este sentido, el último medio siglo de producciones Disney han fomentado un curioso amor a los bichos que. indudablemente, hubiese desesperado a Konrad Lorenz. No obstante, no parece que la visión de Cenicienta haya incrementado sensiblemente la tolerancia con los ratones hogareños.



Sexto. El cine de Disney demuestra que el espectador puede identificarse con un oso (El Libro de la Selva), una tacita (La Bella y la Bestia), y una alfombra voladora (Aladín), personalidades que la mayoría de espectadores no han adoptado nunca ni en sus más estrambóticos sueños.



(Nota de servidora: a mí esta escena me parece de lo más vanguardista. Mátenme los cinéfilos por ser tan blasfema)


Séptimo. De ello se desprende que las condiciones para la identificación del espectador (y el goce de ella derivado) son indiferentes del realismo de las situaciones, porque se activan sólo como consecuencia de la inmersión en una sólida trama. En este sentido, el universo Disney erige un marco de referencia preciso y habitable, aunque sea tan fabuloso como el de Alicia en el País de las Maravillas o Peter Pan.

Octavo. El cine de Disney es extremadamente cruel (véase la imagen del hacha hendida en el arrumbado muñeco de madera en Pinocho) y extremadamente optismista. La más espantosa herida se abre siempre en el cuerpo de su discurso, pero una medicina infalible la restaña: el happy end.



(Nota de servidora 2: si hay una frase que se me quedó grabada a fuego de Pinocho es la siguiente: "cuanto más libertad se les da, ¡más burros se vuelven!". Y pese a tal conservadurismo, qué personajes tan entrañables en la película...)


Noveno. Los films de Disney plantean insistentemente el mismo tema: la culpa y su redención. De hecho, han ayudado a fomentar, difundir y amplificar en el mundo toda suerte de sentimientos de culpa. El equívoco por el cual el leoncito se siente responsable de la muerte de su padre (El rey León) es sin duda la escena más inmisericorde y conseguida del film; también Aladino, como Pinocho, deberá expiar su irrefrenable tendencia a la mentira.

Décimo. El cine de Disney muda el azar en destino y devuelve por arte de magia a un orden originario e intemporal, que eventualmente se ha quebrado, pero al que, imaginariamente, uno regresa para instalarse allí y ser feliz por los siglos de los siglos, desprendido de las inconveniencias de cuerpo. El cine de Disney, pues, no sólo es casto: es castrante. 

Estos diez mandamientos se encierran en dos.

Uno. El paraíso Disney es el espacio ideal más atroz que ha imaginado el siglo XX.
Dos. La atronadora voz de Disney es la atronadora voz del Padre, la atronadora voz de Dios.

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El desifle y la quietud. Análisis fílmico versus Historia del cine (extracto).
Alejandro Montiel.

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PD: Y a pesar de todo esto... Me encantan las películas de Disney.

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