Mi loco Erasmus es el Arrebato y el 8 ½ de Los Pioneros del s. XXI. Es documental,
ficción, drama, y circo. Y café en vez de panem.
Tazas, latas y vasos con restos de ballantines se acumulan entorno a un
rudimentario windows, máquina con la que Dídac Alcaraz trata de poner orden y
sentido a sus carpetas virtuales y físicas llenas de vídeos, de fotos, de
entrevistas a jóvenes de la “élite
europea” y de dibujos y pinturas entre los cuales destaca una imagen
recurrente: la de Barcelona como prostituta.
Un
señor trajeado de la Universitat Autònoma de Barcelona enumera las virtudes y las atracciones
turísticas de esta ciudad, urbe que se encuentra entre los primeros destinos
escogidos por los becados Erasmus pese al hecho de que ninguna universidad
española figure entre las 100 primeras en el ranking mundial. Ah, nuestra
querida Barcelona: multicultural, hipermoderna, súperalternativa y
megasabionda. El encanto de los skaters borrachos del MACBA. Los fascinantes
negros psicóticos de Plaça Catalunya. Y la belleza obrera de toda su periferia,
esa área metropolitana que tiene
rincones como el zulo o “estudi” dónde
Dídac lucha por su proyecto audiovisual, lugar que abandona de vez en cuando
para tomar café con su abuela y mantener con ella una conversación más digna y honesta
que la que tendrás tú con tus colegas el sábado por la noche en el Dixi.
Nuestro
protagonista es una suerte de Eusebio Poncela ensimismado en sus pinturas y su
película. En una de las escenas finales uno tiene la sensación de que va a ser
engullido por la cámara de su teléfono móvil o por el sofá donde se ha estirado
a contar en primera persona el proceso angustiante de la indagación artística. La
falta de batería lo salva in extremis
del abismo pero lo condena, al día siguiente, a seguir en busca del plano
perdido, del boceto perfecto, de la voz en off que reemplace esas magníficas
líneas de diálogo que imaginó en su cabeza pero que en boca de los estudiantes
reales resultaron ser… una puta mierda.
Dídac
recuerda también a Marcello Mastroianni tratando de explicarle a un
representante de no sé qué institución audiovisual de Cardedeu cuál es el tema
de su documental, fracasando estrepitosamente en el intento. Y es que, a mi
parecer, Mi loco Erasmus no es sólo una película. Es un fenómeno
cinematográfico, cultural y social que habla de todo y de nada al mismo tiempo,
y que presenta temas tan serios de forma tan lúdica que uno se ve obligado a
replantearse continuamente cuál es la verdadera situación del cine en España, en
qué consiste realmente el negocio de la producción cinematográfica, hasta qué
punto es importante el hype y cómo la cultura se está convirtiendo en un producto
de consumo más que obedece a modas y tendencias. El mismo screening de la
película, estrenada ayer en los cines Maldà de Barcelona, con todas las caras y reacciones de los espectadores que ayer esperaban
ansiosos el estreno, forma parte del loco experimento de Mi loco Erasmus. Si
alguien esperaba un cameo de Òscar Dalmau, éste queda reducido a una breve aparición al principio y una foto de
colegas sacada del Facebook. Si os preguntabais cuán geniales serían los
créditos de Carlos Vermut o la fotografía fija de Tanit Plana, veréis hasta qué
punto están “deconstruídos”. Esa es la ironía total de Mi loco Erasmus, una
película de la que lleváis escuchando hablar desde hace meses y que no va a
corresponderse de ninguna forma con vuestras expectativas. Al salir de la sala tenéis
derecho a decir que está mal montada, que los planos están quemados, que el
sonido es terrible o incluso que Dídac Alcaraz es un impresentable por reírse de su
abuela. También cabe plantearse que la película se esté riendo de vosotros.
En
el breve coloquio que protagonizaron ayer Dídac Alcaraz, Carlo Padial y Carlos
de Diego tras el pase de la película, los creadores se
encargaron de enmarcar la obra dentro del género comedia - para la seguridad y
reconforte de los allí presentes - y la bautizaron categóricamente como un
“falso falso documental”. Pero Mi loco Erasmus tiene momentos extremadamente
dramáticos y demasiado verosímiles. Tras la carcajada que nos provoca la escena
que tiene lugar en Hollywood Pictures, pequeña productora a la que Dídac acude inútilmente
en busca de financiación, viene la rabia y la tristeza. “Un documental en España cuesta 300.000 euros y va de gays y lesbianas o
de inmigrantes”, afirma el productor de la pequeña empresa. Después de reírnos de un looser como Dídac, que le confiesa por teléfono a su amigo Vermut
cómo está de desesperado respecto al
proyecto, viene la reflexión sobre los entresijos de la producción de cine en
España, dominada por la picaresca. “Ya
sabrás de que hablo, Carlos, la picaresca nació en Madrid”, dice Dídac. Al margen de lo literario, después
de autofinanciar su ópera prima porque ningún productor aprobaba
un modesto presupuesto de 25.000 euros, desde luego que sí, Vermut sabe lo que es un pícaro [1].
Mi loco Erasmus no va de estudiantes erasmus así como la entrevista a Vengamonjas en Go, Ibiza, go! no es una entrevista a Vengamonjas. De hecho, si Mi loco Erasmus hubiese sido una película sobre erasmus, no me hubiera gustado nada.
[1] Me parece muy significativa la anécdota que cuenta Jordi Costa en este artículo respecto a la financiación de Diamond Flash y Mi Loco Erasmus. http://www.eldiario.es/Kafka/Dinero-caido-cielo_0_81191969.html.
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